No sé qué quieres que diga, si no hablamos el mismo idioma. Los ladridos no son para mí, el portazo retumba en mis sienes y lo que hay un poco más abajo se encoge, porque es lo único que puede hacer. No le queda otra. No nos queda otra.
Encogemos cualquier sentimiento y lo doblamos sin mucho cuidado, rabioso por haber nacido, por haberle dado pie a escuchar, a sentir, a hablar. El odio te come. El odio te está matando. Y a mí me salpica y me quema, me deja cicatrices demasiado profundas. No quiero volver. No quiero volver.
Sin embargo, mi reflejo me hace la contra, porque me conoce más que yo. Y aquí estás tú con tus mentiras. El miedo está demasiado arraigado porque sabemos dónde estarás cuando la verdad diga la última palabra.
Pero hoy no.
Hoy no.