Y, entre todo este follón, yo hago lo que me da la gana. Y me exilian de las instituciones perfectamente formadas. Y me echan de los razonamientos perfectamente lógicos. Y la maldita contradicción vuelve con los dientes apretados, creando bruxismo en las mandíbulas de mis ideales, porque ser no debería excluirme de estar. De pertenecer. Porque, a veces, añoro mirar a unos ojos que no sean los míos y saber que he conseguido compartir algo. Compartirlo de verdad, con la comprensión que eso conlleva.
Sentir que, por fin, he encontrado el cable. Ese que une lo que soy con donde estoy. Con quien estoy.
Y que no estoy perdida. Ni sola. Porque la soledad es traicionera. El sentimiento de soledad. Lo diferente a la soledad misma. Eso que te hace sentir diminuta en medio de la inmensidad, rodeada de gente, de bultos, de seres que tienen una relación contigo pero que tú no la sientes. No la encuentras. Hablo de sentimientos, de eso que no eres capaz de describir, pero que te hace estremecer.
Sentir que, por fin, he encontrado el cable. Ese que une lo que soy con donde estoy. Con quien estoy.
Y que no estoy perdida. Ni sola. Porque la soledad es traicionera. El sentimiento de soledad. Lo diferente a la soledad misma. Eso que te hace sentir diminuta en medio de la inmensidad, rodeada de gente, de bultos, de seres que tienen una relación contigo pero que tú no la sientes. No la encuentras. Hablo de sentimientos, de eso que no eres capaz de describir, pero que te hace estremecer.