lunes, 5 de octubre de 2015

Me dan envidia las plumas que se caen desde arriba, de dueños demasiado ocupados con ser libres. Yo no he elegido las mías. Las ocupaciones, digo. Negarme no sirve de mucho. Darme con la frente en las paredes sólo sirve para ensuciarlas. Y ensuciarla. Todo es como un remolino de decisiones que no llego a plantear por miedo a que se cumplan. Y suceda. Y lo deje todo a medio hacer. Y me lance desde la copa de un árbol de hoja caduca. Sin florituras. Y me descubra. Y me guste.

Cansa el esfuerzo eterno de llenar el vaso y toparte con un nivel perezoso, dispuesto a quedarse a la misma altura. "Todo es la actitud, chica, todo es la actitud". Ya me he cargado cinco libros de autoayuda como éste. Arden bien. Dan calor. Y consuelo, sobre todo eso. Y el nivel sigue sin subir. Joder. Mierda.

Vuelvo a tropezar con las palabras sucias, las que enguarran mucho y dicen poco. Las que tachan en esos malditos libros de nubes azucaradas y condenada purpurina. Iros todos a la mierda, Dejadme volar. Volar. Volar. Volar. Sólo puedo pensar en eso. En eso y en los putos pájaros que vuelan sin plumas. Y sin que les importe que sea yo la que las coleccione para poder mirarlas en los momentos en los que el agua no llena ningún vacío. Y sueñe. Y me alimente. Y luego renacer de entre unas cenizas que nunca han ardido. Es mucho más bonito así, desde vuelos que nunca han ocurrido.

Algún día dejaré de pensar. Y el vaso se volcará.