jueves, 11 de septiembre de 2014

Lo de recorrer la orilla del mar se me va a quedar atrancado en la memoria. Sí. Justo en la zona donde los recuerdos son más endebles, delicados. Donde, al pasear un ratito por encima, algo indefinible se queda en la garganta y una misteriosa lagrimilla empieza a brotar por la mejilla. Ahí. Justo ahí.

Voy a echarlo de menos. Voy a añorar la enormidad del horizonte. La sensación de final. De punto. De libertad.

Tanta tierra me entorpece, deja demasiados límites a mi imaginación. Me agobia la perspectiva de lo eterno, de la continuación de siempre lo mismo. El mismo paisaje, sin dejar nada para la improvisación. Es una de las cosas que más me asusta. Querer echar a correr y no encontrar este lugar para respirar. A veces, necesito que el protagonismo de mi vida quede en un segundo plano, quieto. Sentirme minúscula en medio del mundo y darme cuenta de que todos mis problemas ni siquiera pueden verse. Es como cambiar de perspectiva y dejar de temblar. Parar.