lunes, 31 de agosto de 2015


Nunca desayuno lo mismo, me tomo el lujo de elegir. Siempre. Nunca tengo lo mismo encima de la mesa y lo que tengo siempre lo miro de forma distinta. Y lo saboreo. Y no me preocupo de mantener alimentada a mi rutina hambrienta. Que se muera. Que se pudra.
A lo mejor la indecisión venía de desayunar todos los días café con magdalenas. O con galletas. Siempre el mismo café, la misma leche y el mismo azúcar. Siempre la misma marca de magdalenas y de galletas. A lo mejor no sabía quién era cuando me servían el desayuno en la cama. Yo era siempre ella y aún me miro al espejo con una mueca de incertidumbre en la cara, sin saber qué coño escribir en mi libro. Nunca he sido lo que los demás esperaban. Nunca me ha gustado lo que los demás me daban, porque no era a mí, era a su muñeca. A su prototipo porcelánico que pestañeaba de vez en cuando y sonreía mientras la mandíbula le temblaba por el esfuerzo. El esfuerzo de no defraudar. De tener cuidado con no quitarse el disfraz que a todos les gustaba.
Cuando nací nadie me conocía. Nadie te conoce. Nadie sabe quién eres, pero intentan hacerte. Te intentan crear. Con todo el amor del mundo, pero te hacen daño. Y no te das cuenta hasta que te despiertas veinte años después y eliges desayunar algo distinto. 

viernes, 21 de agosto de 2015

Las direcciones que no cogí me señalan con el dedo. Roto. Torcido. Y los 12 cuervos que me persiguen por las noches han decidido dejar de dormir de día.
Dejé de lado una corona de flores y las faldas al viento. Decidí pegarme los pies con cemento. Siempre me quedo sin sitio en los cines y me canso de ver películas con guiones aprendidos. Estructurados. Y sueño con esas flores que nunca se ponen feas y con esa falda que nunca se está quieta. Y me miro los muslos y niego con la cabeza empezando a comprender lo que me resultará siempre incomprensible. Y decido no soñar, pero se me olvida enseguida.
Hay una niña al principio del camino que ríe todo lo que ya no río. Y siente todo lo que ya no siento. Y es todo lo que ya no soy. Abre los ojos cuando yo los cierro y enseña las piernas cuando yo me las arranco. Y la escondo entre mis faldas para que los cuervos no le arranquen los ojos. Y vea todo lo que yo no veo. Y me recuerde todo lo que ya he olvidado.


lunes, 17 de agosto de 2015

Acabo de romper. He oído el crack desde muy cerca. Mis tímpanos han llorado, pero los he dejado hacer. Y se han liberado. Como las tormentas de mi pecho que no escampan nunca y que de cada vez me duelen más sus relámpagos. Me lo he cargado. Ese sentimiento de creer que era mutuo. Nada es mutuo, porque sólo existe tu parte. Tu trozo. Y casi nunca encaja. Tuve que abrirme el pecho. Y fue contigo. No eres el tú que esperaba. Porque el mío seguía ahí.
Acabo de romper y los trozos aún siguen esparcidos por este lugar que apesta a humedad estancada. Que perfora las fosas mientras pronuncia que está podrido. Que se está deshaciendo. Que ya no hay vuelta atrás. Y la transformación, que nunca se cansa, espera apoyada en aquella farola, donde un día iluminé lo que tendría que estar oscuro. Y no salir. Y quedarse. Siempre termino en medio del mismo vacío.