Ya. Ya sé que lo sabes.
Y merodeas por los huecos de tu mente, revolcándote por el suelo de tus sesos anudados, enredados entre sí, como tú y yo, que no hay manera de deshacernos, aunque yo nunca haya tenido interés alguno de ser tú, de parecerlo o de intentarlo. No sé.
Esto terminó.
Y la lengua luce cortada, sin capacidad de hacerse entender, baja de defensas y sin ataques posibles. Mi cabeza no sabe y a mi pecho habrá que hacerle callar de una vez.
Muchas palabras y poco sentido. Mucha prepotencia cubriendo raíces podridas, que bailan al compás del viento, de los soplidos de la humildad.
No te comprendo y tú no lo entiendes, porque siempre has sido claro, como el agua del fondo de un pozo. Tendré que fiarme, y mi confianza se asusta, remilgada, escurridiza.
No le gustas, no. No le gustas nada.
Tendré que echar a correr.
No hay comentarios:
Publicar un comentario