lunes, 13 de julio de 2015

La distancia empieza a dibujarse con líneas de hormigón. Me mira diciendo que pesa demasiado para mí sola. Y la soledad asiente, porque comprende de pesos. Sus articulaciones se quejan cuando llueve y la lluvia se encoge de hombros torciendo el gesto, sin poder evitar caer de bruces al suelo. Y chocar. Plas.
Así que el hormigón se solidifica y la distancia se confirma como una verdad inamovible. Tú estás allí y yo más allá, aunque nos veamos las manos. Los ojos. La boca moverse al son de "lo sientos" mal pronunciados que se confunden con autocompasión, con victimismo disfrazado de buenas intenciones. 
Cómo pesa, oye, voy a tener que dejarlo como está. En su sitio. En su desorden tan bien colocado. Y es que nunca lo pusimos así, pero no queda tan mal.


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