Ramas de somnolencia, que van subiéndome por las rodillas, y siguen, hasta la raíz del pelo. Duele el despertar, dejar de soñar, con los ojos abiertos, muy conscientes de que la vida va a su bola, de forma independiente. Y me estiro, alargo los brazos y el sol no me parece tan lejano, como muchas otras cosas que eran inalcanzables y ahora están aquí, casi cogiéndome la mano, con respeto, con mucho respeto. Y ya casi toco, casi estoy tocando...
El mono de los platillos sigue muy animado en mi cabeza, golpeando con ganas cada segundo del reloj de muñeca recién comprado. Empañado por la falta de oxígeno, por el agotamiento de contar, siempre estar contando: Un, dos, tres... y vuelve a empezar, sin volver atrás. Y ya no no puedo ver el tiempo porque ha transcurrido demasiado y está demasiado cerca todo lo que me queda.
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