Se nos atraganta la evolución. Las masas contonean el trasero al ritmo de la desidia y susurran, hablan por lo bajinis, sin atreverse a comprender; "no se puede hacer nada", dicen. Y bajan las orejas.
Nos desintegramos, nos disolvemos, nos perdemos entre el atraso mental, espiritual, emocional. Somos los mismos, estamos hechos de la misma materia que los que mataban a las brujas en hogueras y se reían mientras el fuego les carcomía la sabiduría, la luz, los pasos hacia adelante.
Matamos lo que nos haría volar. La ignorancia siempre se ha mantenido en un punto constante, inmóvil. Es una línea recta que nos atrapa y condena al fracaso más absoluto.
Deberíamos asesinar al ego y la indiferencia no se atreve, tendríamos que matar también a ésta. Sí. Deberíamos abrir los ojos, darnos cuenta de que el sofá donde nos descansa el culo, no es nuestro hogar, ni nuestro sitio. Que no hay banderas ni billetes que nos representen. Nos representa aquel africano con retraso mental al que han atado con grilletes a un árbol durante años. Ese grillete es el que nos encadena a todos a la decadencia, a esa maldita línea recta de la degradación humana. Del odio. De lo único que hemos mantenido desde que existimos. No me digas que hemos avanzado. No te engañes.
Nunca, jamás, hemos estado yendo hacia adelante. Siempre ha habido sabios condenados por la ignorancia de los demás y nadie capaz de condenar lo que hace que nos pudramos como raza, como género, como seres vivos.
No. Hasta que no acojamos al mundo y a sus habitantes como nuestro hogar, estaremos donde empezamos. O más atrás. Mucho más.
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