Sí. Su existencia, he dicho bien. Ellos preferirían mil millones de veces no existir. De hecho, y aunque lo ignoren, no existen. Está comprobado, la ciencia me la trae al pairo, pero está comprobado. No piensan, no sienten, no escuchan, no oyen, no huelen, no ven, no saborean y lo peor de todo; tampoco intuyen. O sea, no existen. Todo en esta vida se saca uniendo cabos. No. Hay cosas que no se pueden unir nunca, que han nacido solas, libres. Y ésas sí saben quiénes son.
El frío suele mirarte mal, porque sabe mucho de calculadoras y tú no tienes ni idea. Actúas, hablas, expresas y el frío se calla, piensa, analiza, observa. Todo para él, todo hacia dentro. A veces me siento comprometida con lo gélido. Me siento más cómoda, aunque los huesos se me congelen y me paralicen. La coraza que construí, vaya usted a saber cuándo y cómo, se siente más fuerte cuando mantengo lejos toda manifestación de amor. Y me lo tiene bien dicho: no abras el pecho, que luego entran moscas y éstas no saben salir por donde han entrado. Se quedan ahí, merodeando, mareando y desconcentrando. No merece la pena correr riesgos. Hay que quedarse quieta. Así. Escondida.
Pero no soy exactamente como los demás, ya lo sabes. Las mentiras se van cayendo, tienen fecha de caducidad y ya va llegando la hora del funeral. No habrá llantos, ni tristezas. Intuyo, y también siento, que todo este lío de trastos, se irá colocando donde le pertenece.
Y a pasos de gigante, sin a penas poder coger aire, me doy cuenta de que existo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario