“Mi sensibilidad es una llama al viento”, escribía Fernando
Pessoa. Y me veo arder. Me siento arder. Las llamas arrasan con todo mi ser. En
agonía, unas veces. En absoluto placer, otras. Me pierdo en el sueño de estar
viviendo para no enfrentarme a la vida. Porque vivir es sentir. Y siento tanto
que temo incendiarme. E incendiar. Así que pienso, divago, deambulo entre nube
y nube. Me refugio en esa cosa que es mi mente y busco, incansable, respuestas
a incertezas. Sentidos a misterios. Palabras a sentimientos. Y me pierdo. Me
pierdo y apago el motor, voy a ralentí. No decido, me dejo llevar y lo llamo
libertad. Me miento libre. Porque suena mejor que reconocer que vivo acojonada.
Me pillo temblando en medio de la mentira y me encierro un rato para que la trola
no salga de mis cuatro paredes. A la evasión también la llamo libertad. Y a la
bomba de humo. Y al agobio por demasiada intimidad. Y Libertad empieza a
mirarme cabreada, hasta las tetas de insultos y mentiras. Bajo la cabeza, avergonzada.
Se me están acabando los escondites. Qué frágil me siento al descubierto. El disfraz
me daba cierto calor. El calor de lo conocido, del confort que se pega
demasiado a la piel y no deja respirar. Me rindo y me entrego. Me tumbo en las
olas de la vida y me dejo mecer. No sé si confiando, no sé si aceptando. Sólo
me dejo mecer. Y, así, desnuda, el fuego. Las llamas de lo que parece ser
indomable. La libertad impulsando mis sentidos. La del viento. Y me despeino en
medio de la tormenta, riendo sin quererlo, llorando sin quererlo, muerta de
miedo. Y de ganas.
El ave fénix está preparado para renacer de sus cenizas. Pero ahora le toca
arder.
domingo, 13 de agosto de 2023
"Mi sensibilidad es una llama al viento"
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