En esta ciudad convexa, llueve aburrimiento y señores/as enfrascad@s en colores poco dados a avanzar. Los balcones se visten de aguas estancadas y de olores putrefactos. Nadie sale del charco, se quedan en medio del punto más profundo y esperan a que suba el nivel. Sienten las gotas en sus cabezas, cada vez con mayor presión. Son las víctimas de las torturas bélicas que han elegido. La dignidad resopla, cansada, mientras los espera en algún soportal. Es la dignidad de la que nadie habla, por miedo a que les escuche. Es la del eterno viajero, como el de la canción, que sabe dónde ir a recoger lo que le pertenece y nadie puede quitarle.
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