Tú y yo nos apagamos las luces. Nos quedamos a oscuras. Las pupilas se intentaron adaptar, pero no era intentar lo que necesitaba. Ni oscuridad. Ni a ti. Ni a mí.
Nos apagamos. Nos dejamos de encender, porque ni eras tú ni era yo.
Y ahora busco las cerillas, en medio de la oscuridad y ya van tres tropiezos con el mismo problema. O con la misma solución. O con el mismo mechero de siempre.
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