miércoles, 13 de agosto de 2014

Quizá lo supe yo antes que tú. Por tus palabras, tan sumamente masticadas que se pierden en un océano de mentiras, todas iguales, con el mismo fin aséptico de ser aceptadas, como tú, como la farsa de tu seguridad, muerta en algún rincón de una dignidad que tose sin parar por culpa de la frialdad de tu orgullo.
Te odias mientras esperas impaciente a que te acojamos todos con los brazos abiertos. Todos somos nadie, ni siquiera tenemos la decencia de hablarte en serio. Somos el reflejo de lo que tú eres, el esputo que expulsas hacia tu reflejo. El asco hacia tus entrañas y la indiferencia hacia tus neuronas.

¿Qué esperabas? No me has mostrado otra opción.

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