Tampoco te podría explicar cuándo me hundí. No me acuerdo de mucho. Sé que cada vez me sentía más ahogada. El mar estaba cada vez más cerca y mis pies empezaban a notarlo. El frío. La humedad.
En otra vida, no muy lejana, me gustaba esa sensación. La sal calando en los huesos y las heridas gritando en silencio. La sangre se solidificaba, no fluía, no avanzaba. Y me gustaba. No se estaba mal. El sillón era cómodo. Era lo que era y no era nada más.
Con el tiempo, me di cuenta de que se había terminado. Ya se acabó. El oxígeno se había oxidado, ennegrecido. Y me hundí, porque respirar se había hecho demasiado pesado. Y decidí vivir aquí dentro, donde nadie juzga y nadie vive.
No hay comentarios:
Publicar un comentario