viernes, 3 de junio de 2016

Las tuercas se me han perdido por el camino.  Me gustaban más los huesos de antes, los músculos. Los órganos, que se quejaban cada vez que alguien los ofendía. Porque sentían. Sentían.
Ahora nos cuesta ponernos la piel por encima. Preferimos el frío metal de la apatía, del desconocimiento y del pensamiento ajeno, tan bien hecho, tan bien estructurado, que no cuesta trabajo. Del trabajo rutinario salimos comiendo cerebros ajenos, intentando encontrar aquella chispa que vibraba en nuestro interior, aquel: "me gusta lo que hago con lo que soy". Intentamos huir de lo que creemos que nos pertenece. Qué maldita ironía.

No hay comentarios:

Publicar un comentario