Ahora nos cuesta ponernos la piel por encima. Preferimos el frío metal de la apatía, del desconocimiento y del pensamiento ajeno, tan bien hecho, tan bien estructurado, que no cuesta trabajo. Del trabajo rutinario salimos comiendo cerebros ajenos, intentando encontrar aquella chispa que vibraba en nuestro interior, aquel: "me gusta lo que hago con lo que soy". Intentamos huir de lo que creemos que nos pertenece. Qué maldita ironía.
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