Y después de todo, puedo decir que tus ojos me conocen más que tú. Saben por qué sueño todas las noches con persecuciones estúpidas que me aterran, saben por qué me cuesta tanto abrir los brazos y abrazarte, un momento, un instante parlanchín que te cuente todos mis deseos. Tendría que decir adiós a todo, a nada. A todo lo que hemos hecho sin hacer nada.
Saltan de vez en cuando mis recuerdos, apuñalando cada hueco de lucidez que se escondía en mi memoria. Y ya no sé qué es verdad, qué nace de las raíces de los sueños que algún día idealicé, sin ningún tipo de filtro. No hay límites, pero no paras de poner señales de Stop y yo las acojo en silencio, agarrándoles fuerte la mano, para que no me dejen sin justificaciones y sin motivos.
Esto ya no es miedo, es indiferencia y es cobarde, como todas las indiferencias.
Tú no sabes lo que me gustaría huír de todo, donde Benedetti; <<donde la indiferencia sea una palabra obscena>>, pero tus ojos brillan más de la cuenta, porque lo saben.
Ellos lo saben todo.
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